Para nadie es un secreto que soy huevón. Tal vez sólo para mí. Que todas las mañanas me despierto diciéndome que voy ir a trabajar, aunque en realidad yo sé bien que voy ir a echar la hueva.
Esto de echar la hueva es todo un arte. El arte de convencerse de que si tenemos a un pendejo por presidente por qué no podemos tener un huevón sine qua non en cada puesto de trabajo.
O también el arte de poder cobrar cada quincena sin tener absurdos e innecesarios cargos de conciencia.
Hoy leo ésto como bálsamo para mis inquietudes:
http://www.jornada.unam.mx/2014/09/08/opinion/a08a1cul
Y me entra una duda existencial. Tengo colegas que son workahólicos. Y yo soy la antípoda. Si por mí fuera me quedaba echándola en casa. Digo, para qué manejar dos o tres horas diarias, pudiéndome estar sin desplazarme. Pueden depositarme directamente en mi cuenta. No hay necesidad del movimiento.
Mi duda o más bien mi apuesta es la siguiente. Yo estoy convencido que la hueva es natural. Inherente a todos los seres vivos. Y apuesto por vivir más tiempo que los adictos al trabajo.
Si muero antes, nadie vendrá a decírselos. Si muero después que varios de mis colegas workahólicos, se los haré saber. Si el pendejo que tenemos por presidente, cuelga antes que yo los tenis, eso será un acto de justicia divina.
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