Hoy en la mañana descubrí horrorizado que a la pexipata se le ocurrió la genial (sic) idea de prepararme para el desayuno un bolillo relleno de frijoles con chorizo y queso. Muy sabroso, por cierto. Pero bastante letal. Además combinado con un café capuchino hecho con leche entera, se convierte en una WMD (Weapon of Mass Destruction).
Por lo general, a las tres o cuatro horas de haberlo ingerido, me dan una ganas y deseos incontrolables de pedorrearme. Primero, salen los discretos: Pfffffffffffffffffff.
Luego suena el tableteo estilo ametralladora: Prr ... Prr .......Prrrr..........Prrrrrrr......Prrrrr
Para finalmente en un allegro molto vivace apoteósico, retumbar algo parecido a Obertura 1812 de Tchaikovsky:
PPPPRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR!!!!!!!!
Pero.......
Algo aprende uno al trabajar en cubículos bien apretados rodeado por muchas personas.
De entrada, hay que llevarse al trabajo, algún yogur descompuesto, o una torta de huevo preparada para la ocasión con unos cuantos días de antelación y colocarla en el basurero o cajón de escritorio de algún paganini cercano a nuestro sitio laboral. Esto con el fin de enmascarar los olores.
Después y en esto radica el arte discreto de saber echarse unas flautas, hay que aprender a levantar la nalga con estilo. Controlando el esfínter y a fuerza de práctica constante, uno llega a dosificarlos y a sacarlos lentamente, sin mucha alharaca de por medio.
Realizando todos estos pasos, uno sale bien librado del trance.
Salvo......
Salvo que los susodichos salgan con escolta, acompañados, ahí sí ni como ayudarlos.
Por si las moscas, ya solicité un cubículo independiente adecuado a mi categoría, pero ni maíz que me hacen caso, jaja.
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