Cuando el monarca español le concedió una gran cruz por su obra literaria, Unamuno se dirigió al palacio real a agradecer la distinción. Ya en presencia del rey, le dijo:
-Señor, he venido a agradeceros la gran cruz que me habéis concedido, y a aseguraros que realmente me la merezco.
Exclamó el monarca:
-Todos los demás a quienes se la he otorgado, me aseguraron que no se la merecían.
-¡Y tenían razón!, contestó rápidamente Unamuno.
- “Entre el clavel y la rosa, Su Majestad escoja”.
Quizás sea éste el calambur más famoso de nuestra historia. El propio Quevedo también tenía un problema en el pie que le obligaba a cojear levemente. Se dice que esta anécdota llegó a oídos del propio rey quien, molesto, intentó “devolverle” a Quevedo la jugada. Felipe IV le llamó a audiencia y le solicitó que le compusiera algún verso improvisado en el momento. El autor le pidió un tema o asunto sobre el que hacer el verso, diciéndole:
- “Dadme pie Majestad”.
El rey, aprovechando la frase, y con muy poca fortuna, le alargó la pierna para intentar burlarse del poeta, a lo que éste le respondió:
- “Paréceme, gran señor, que estando en esta postura, yo parezco el herrador y vos la cabalgadura”.