mardi, mai 10, 2011

Las Cochinillas

Recuerdo hace años, cuando era yo un muchachillo imberbe, me gustaba jugar con la tierra. Al escarbar en ella, encontraba yo algunas cochinillas, las cuales tenían la característica que al sentirse descubiertas se enrollaban sobre sí mismas, se hacían bolita. Es decir, me tenían más miedo a mí que yo a ellas. Las cochinillas eran (¿son?) unos animalitos inofensivos. Al menos, al hacer contacto con las manos de uno. Uno las agarraba, las ponía en el hueco de la mano, esperaba a que se desenrrollaran, adquirieran confianza y se echaran a caminar sobre la piel de uno.

Debido a ese carácter inofensivo, no me pasaba por la cabeza la idea de hacerle daño a una cochinilla. Caso muy diferente con los escorpiones, los cuales los aplastábamos con los pies con una mezcla de miedo y asco. A las lombrices igualmente las respetábamos, salvo cuando nos nacía el lado perverso y les echábamos sal para ver como se retorcían. Las palomas o mariposas negras, que se posaban en los lados oscuros de los techos y que realmente ningún daño hacían, el simple hecho de ser feas era motivo suficiente para aplastarlas con un escobillón o instrumento de limpieza cuyo nombre se me escapa (un palo largo coronado con una bola de pelos, y al cual lo envolvíamos con un trapo. Soy malo para las descripciones, jeje).

Cuando era niño y las ciudades colindaban con los campos (actualmente no sé con qué colindan), salíamos a pasear sin miedo de ser levantados o secuestrados. El peor miedo era encontrarse con alguna víbora o araña peluda o un alacrán o con una lacra compañero de la escuela. En una ocasión subía despreocupadamente una lomita y al llegar a lo alto me encontré con una coralillo (una víbora con diversos colores brillantes y con fama de ser venenosa). ¿Pies para qué los quiero? Solamente verla y echarme a correr despavorido cuesta abajo.

También practicábamos el genocidio de hormigas o de abejas. Las primeras, con los hormigueros sobresaliendo de la tierra, iba yo con un palito a picarles y ver como salían hechas la madre para hacer frente al intruso (el cual ya había tomado cierta distancia del hormiguero). O en ocasiones echarles jabonadura y ver como se morían las pobres. Caso muy distinto con los enjambres de abejas, los cuales por estar en alto era más complicado molestarlas. En una ocasión uno de mis hermanos mayores convenció a otro (menor) para que fuera y les picara con un palito. Lo malo es que no le dijo que había que echarse a correr inmediatamente, por lo cual, cuando les picó con el palito, las abejas salieron en chinga loca y chinga loca que le pusieron al osado.

Nada de todo esto que les platico le tocó vivir al pexipatito. Por vivir en megaurbe, por sobreprotegerlo o simplemente porque cada día hay menos hormigueros o avisperos. De las cochinillas y mariposas negras ni hablar, tiene años que no veo una.

Tiempos que se fueron (al menos para mí), para no volver.

Quod dixi dixi

3 commentaires:

NTQVCA a dit…

Uy tiempos son aquellos, para todos, que no volverán, pero esta chido acordarse, al menos hubieras llevado al Pexipatito a la MArquesa, ya si esta muy populachero al parquesito de Polanco, igual y había un poco de tierra por ahí por donde se sientan las niñeras.

tonymoca a dit…

Bueno, puedes llevar al pexipatito a un zoológico, ahí hay de todo eso y hasta algunos más feos, yo aún tengo cochinillas en el jardín.

Saludos!

jess a dit…

Pues por acá todavía encuentro yo un sin fin de animales en la casa paterna, claro, en menor número, pero todavía se resisten a extinguirse...

... Muy probablemente a Max sí le toquen conocerlos.

C'est la Vie...

Siempre nos quedarán los zoológicos.

Besos virtuales!
Muuuuuaaaaaacccccckkkkkkkk!!!