Hablar en público, declarártele a la mujer de tus sueños, preguntar dónde está el baño

Supongo debe ser que se toma uno muy en serio. Que no soporta uno hacer el ridículo. Piensa uno que todas las miradas se posan sobre de uno, que todos los oídos están atentos a lo que va uno a decir.

Y la realidad, seguido es que nadie nos está poniendo atención. Que la mitad de lo que decimos nadie la entendió. Que no es uno tan importante. Que el 99.9% de los que se encuentran ahí tienen las mismas fobias o miedos.

Pero a pesar de racionalizarlo, si hay algo que hace que me haga pipí en los calzones, es tener que hablar en público, ante un auditorio. Ante más de 5 personas. También medio me hago pipí si tengo que formular una pregunta en una plática o conferencia, me da taquicardia, me sudan las manos, pienso que estoy preguntando u opinando tarugadas. Finalmente me voy a morir y hay miles de preguntas que no hice y de respuestas que no escuché.

Tanta es la fobia que el otro día soñé que era maestro dando una clase de informática y que nadie me entendía. Obvio. Yo sé de informática lo que ustedes saben de la navaja de Hanlon. Es decir, muy poquito, je. Al final un alumno subía al estrado y daba la clase, mejor, mucho mejor que el pexipato.

Me encanija asimismo que alguien haga una pregunta y el orador (¿orate?) se salga por la tangente. El otro día alguien hablaba de un cofre del tesoro y que él no tenía la culpa si nadie iba y tomaba el dinero. Alguien comentó que diera todas las coordenadas para llegar al cofre, y el tipo dijo algo así como que él estaba dispuesto a darle las direcciones de otros tesoros, y bla, bla, bla, pero nunca aclaró dónde estaba a lo que él se había referido originalmente. Seguramente los otros cofres tampoco existen. Pero en México nos llenamos la boca para decir que hay abundancia, donde no la hay, o donde la hay solo para unos cuantos.