La vida a medias

Si de algo me arrepiento en esta vida es, a veces, vivirla a medias.

Amar a medias, odiar a medias, divertirme a medias, aprender a medias. Y no estoy hablando de las medias horas.

Hoy recordaba camino al trabajo, que en un trabajo que tuve hace algunos años, usábamos un aparatito que dejaba caer cientos de balines chiquititos en un compartimento y eso a la vez empujaba un pistón dentro de un material. El aparato tenía su chiste, pues si lo hacía uno mal, los inches balines se salían de su cajita y se desparramaban por el suelo. Y ponte a recoger balines en cuatro patas. Ahora también recuerdo que ignoro porqué no usábamos un imán para recoger las bolitas. Bueno, el caso es que al pinche pexipato siempre se le botaban los balines por el suelo y tenía que andar levantándolos. Nunca aprendí a hacerlo bien, je.

Más tarde, tuve otro trabajo en el cual todas las mañanas tenía yo que meterles un tubo rígido a unos borregos (no me pregunten por dónde) y sacarles algo de por ahí (también no pregunten dónde es por ahí). Me acercaba yo a ellos uno por uno, y les hablaba yo bonito al oído: "ven pinche borrego, déjate hacerlo, te va a doler pero chance y te va a gustar después". Pues los cabrones no se dejaban y ahí veían al pexipato correteando borregos. Tampoco nunca fui un experto en atraparlos, menos sacarles aquello.

Para la manejada, a pesar de tener años haciéndolo, luego se me olvida cuando por equis o ye dejo de hacerlo en un periodo de digamos una semana. Tomo de nuevo el carro, y no sé si voy en tercera o quinta cuando el carro empieza a protestar.

Esa es la historia de mi vida, a medias.