Al filo de la navaja

No confundir con el famoso Pulgoso (el de la Hormiga Atómica)

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SEGUNDO ACTO:

Pulgoso alquilaba un departamento en una Unidad Habitacional cercana al centro del Distrito Federal. Soltero, con un buen trabajo, y recién desembarcado de Uruapan, vivía confortablemente.

Uno de esos días de quincena, Pulgoso sintió el llamado de la naturaleza. Le dijo a su cuate, Arturo, en su trabajo si quería acompañarlo a echarse unos tragos y por qué no, ligarse unas chavas. Arturo no podía ese viernes, así que Pulgoso regresó en la noche a su departamento y ahí se tomó unas dos o tres cubas de a solitario. Pero la naturaleza a veces es un volcán en erupción. Pulgoso decidió irse solo a la Zona Rosa a ver si ligaba algo. Anduvo dos o tres horas deambulando sin mucha suerte. Ya había decidido regresar a su departamento con casi la quincena intacta, cuando llamó su atención dos chavas de unos 18 a 20 años. Una de ellas, lo recuerda muy bien, tenía unos meses de embarazo. Eso no le importó, porque a decir verdad, las dos se veían very sexy, sensuales y atractivas pues. Las invitó a un bar a tomar unas copas, a lo cual ellas accedieron sin mayor problema. Pulgoso no creía en su suerte. Un trío (y no precisamente de Los Panchos) es mucha fantasía para un hombre joven y soltero.

Una cosa llevó a la otra. En el bar, Pulgoso les dijo que si querían acompañarlo a su departamento a tomarse otros tragos. Las chavas volvieron a acceder. Ya en el departamento, Pulgoso propuso el juego de la botella. Girar ésta en el suelo, los tres formando un círculo, y a quien le tocara señalar, echarse el mismo un trago de golpe y quitarse una prenda de vestir. Pulgoso recuerda cuando ambas estaban ya en brassiere y tanga. El engolosinado de verlas.

Pulgoso abrió los ojos. Trató de ver la hora en su reloj, puesto que la luz del sol atravesaba las cortinas. Se extrañó de ver que no llevaba reloj (dormía con él puesto). Acostado en su cama, recorrió con la vista la habitación. Entró en pánico. No vió su estereo sobre un mueble ni su otro reloj despertador de mesa. Se levantó febrilmente y vió los cajones del closet en completo desorden. Faltaba su anillo de graduación (sin albur), su calculadora de notación polonesa inversa (o como se diga), su Nikon, sus perfumes, sus trajes, sus petacas o maletas, su cafetera, su paraguas con mango de madera (sin albur), menos aún estaba la mitad de la quincena que había quedado dentro de su pantalón. Lo que más le dolió fueron las dos o tres botellas de tequila y brandy que también faltaban y un bolígrafo y pluma fuente, regalo de sus padres.

Las dos chavas buenérrimas, simplemente lo habían puesto a dormir por varias horas. Nunca supo en qué momento virtieron el somnífero en su copa.

La tele continuaba sobre una mesa. Demasiado cajón para transportarlo por las calles de la ciudad de México en la madrugada.

Pulgoso tuvo mucha suerte. Una dosis de somnífero de más en su copa, y tal vez esa madrugada nadie lo hubiera llorado. Aligerado de sus cosas más preciadas, materiales, Pulgoso retornó a su trabajo el lunes de mañana.